Vivimos rodeadas de pantallas, de estímulos visuales digitales, de referencias que saltan una tras otra sin pausa. Y aunque todo eso puede inspirarnos, también puede saturarnos. A veces, mirar menos la pantalla y más la realidad es justo lo que necesitamos para volver a crear desde un lugar más auténtico. La inspiración no siempre está en un Pinterest bien curado ni en la última campaña de moda. A veces está en cómo cae la luz en tu habitación por la tarde, en la textura de una servilleta, en una conversación que escuchas sin querer en la calle, o en el sonido que hace una hoja seca al romperse.
Este post es una invitación a reconectar con lo que tienes delante cada día y a entrenar tu mirada fuera del entorno digital. Porque cuanto más practicas ver el mundo desde esa lente más pausada y curiosa, más se agudiza tu capacidad de observar, de combinar, de imaginar. Las ideas empiezan a salir de sitios inesperados. Ya no las buscas con ansiedad en lo que hacen otros, sino que las reconoces en lo cotidiano.
Te cuento cómo empecé a coleccionar estímulos físicos, sin presión, casi como si hiciera un diario visual táctil. Cosas pequeñas que me generan algo: una tela arrugada, una foto mal cortada, una flor seca, un color que me recuerda a una película. Guardarlos y redescubrirlos después se ha convertido en una práctica que no solo me inspira, sino que me calma. Y me conecta conmigo. Poco a poco fui rompiendo con la saturación de referencias online, y mi proceso creativo empezó a parecerse más a mí.
Lo que ves todos los días, si lo miras con otros ojos, puede ser tu mayor fuente de ideas. Solo necesitas volver a mirar como si fuera la primera vez.